miércoles, 29 de febrero de 2012

Una propuesta ambiciosa

Foto: Ícaro salvado, José Nieto
Texto: Prof. Yael Barcesat
Cuando uno llega a un lugar público se encuentra ante una evidencia inmediata: todos los ambientes que son de todos parecen no ser de nadie. Los cuidados que ese sitio recibiría de uno si fuera propio se muestran sin sentido cuando se piensa que el próximo en llegar va a hacer un uso desidioso del mismo.

Al actuar de esa forma, se pierde de vista que el hecho de aplicar un cuidado al entorno tiene un efecto hacia afuera, que puede ser anulado por el próximo, pero también incide en la intimidad de nuestros valores, produciendo un cambio de disposición que puede contagiar, en el buen sentido de la palabra.

La ideología por detrás de ese nuevo paradigma es mejorar todo lo que se toca. Es muy fácil llegar a un baño público y tener cuidado de dejarlo en mejores condiciones que como se lo encontró. Pasar por la calle y levantar apenas un papel que esté negligentemente caído en el suelo. Sentarse a tomar un café y sonreír al dirigirse al mozo, pero también al empleado del banco después de hacer una fila eterna...

Más difícil, pero también excelente entrenamiento, es intentar el mismo resultado con los seres queridos, con quienes muchas veces la confianza opaca los buenos cuidados. Dejar a una persona en mejor estado del que se la encuentra produce reflejos en uno y en todos los que están cerca.

En última instancia, este comportamiento modificaría sustancialmente nuestra percepción de que los baños públicos, las calles, las personas, están en buen estado sólo después de recibir un cuidado, y que en el transcurso del día la entropía o tendencia al caos aumenta inexorablemente.

Resulta más sencillo mantener en perfectas condiciones un lugar que está impecable. El desafío de mejorar todo lo que se toca es más ambicioso, pero puede llegar a ser mucho más compensador.

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